Los ojos de Namibia
Gishok, septiembre 06
Algunas niñas tienen un gato, otras diversas mascotas, hasta ratones caníbales y mordientes que temen.
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A algunas los gatos les sobreviven y hay gatos hasta que viven con el sobresalto de conocer los pasos de una niña en la escalera. Esos huyen despavoridos, enfermos de miedo; como si estuvieran enloquecidos por el envenenamiento del mercurio en su sangre; y corren a esconderse salvajes y desgarradores detrás de los armarios, arañando las cortinas como si fueran un pasaje de avión a algún cielo gatuno redimido de toda cruenta guerra.
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Algunas niñas coleccionan muñecas, normalmente las mismas de los que huyen esos gatos, decenas de muñecas y les cortan el pelo. A todas les cortan el pelo y siguen queriendo más muñecas, envidiando la muñeca de su prima que todavía tiene pelo, porque María es una niña muy dulce y muy buena y nunca les corta el pelo. Es igual, María no está libre de envidia, eso es humano pero envidia otras cosas, quizás más importantes, como puede ser el cariño de una extraña o de un hombre el día de mañana.
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Pero Namibia no. Namibia lo que tenía era un bosque de secretos. Tal vez porque había nacido rodeada por la mansedumbre de las dunas de las arenas del desierto, el hambre del arroz y por la escasez de agua. Y eso también era lo que decían sus Ojos. Y por eso me fascinaban.
[…] la VozInterior siempre hay que hacerle caso, me dice lo que está escrito en los Ojos de Namibia. Y a las abuelas también. Sabina diría muchos años más tarde: ¡Qué dolor! ¡Qué dolor! […]